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Maqueta 1:1 construida sobre un techo para estudiar el comportamiento de la luz natural. Proyecto Hospital de Venecia. fuente: colección Guillermo Jullian

entrevista
por Francisca Carter G., Felipe Camus D., Oscar Gutiérrez P., Armando Caroca F.

Guillermo Jullian
Arquitecto Universidad Católica de Valparaíso. 1931-2008
< La historia de Guillermo Jullian de la Fuente está fuertemente marcada por su experiencia como jefe de atelier de Le Corbusier, entre 1958 y 1965, pautada entre el desarrollo del proyecto preliminar para el Museo del Conocimiento de Chandigarh y el proyecto para el Hospital de Venecia.Incidentalmente, su participación en ambos proyectos parece haber sido decisiva. Sin duda, ésta fue para él una experiencia central. Más aún, considerando su edad de ingreso al atelier apenas cumplido los 27 años >
Rodrigo Pérez de Arce, “Guillermo Jullian, Obra Abierta” ediciones ARQ

Guillermo Jullian - Empecemos por el comienzo. Cuando yo llegué a la universidad, la primera tarea que nos dieron fue entregarnos una fotografía de una casa ubicada en algún lugar de Valparaíso. Con esa fotografía teníamos que bajar a la ciudad a buscarla y contar la historia de esa travesía que haríamos por ella, de la experiencia que íbamos a tener. Todo comenzaba así, entonces partíamos casi sin ganas y cada uno lentamente empezaba a formarse una experiencia personal con respecto a lo que iba a hacer después en función de los descubrimientos que iba haciendo en la ciudad. Ustedes  tienen que pensar que Valparaíso es una ciudad que tiene una vitalidad espacial enorme y había que ser completamente ciego para no empezar a descubrir cuáles son aquellas cosas que tú puedes –si eres un arquitecto-   empezar a extraer para poder crearte una manera de funcionar en arquitectura.  Bueno, partíamos a la ciudad, mirábamos y volvíamos con la experiencia que habíamos tenido. Taller se iba formando así, paso a paso, en la medida que uno iba creando su propia continuidad. Habían ciertos plazos en los que había que presentar frente al profesor de taller, que no nos daba una dirección exacta pero sí nos iba abriendo el camino, poniéndonos delante de los próximos pasos. Automáticamente uno se empezaba a crear una visión de la ciudad y de lo que uno quería hacer, hasta que en un cierto momento decías: “bueno, ahora hay que hacer un proyecto con los elementos que me he juntado”. De ese paso se te abría un camino nuevo, pero ese próximo camino tenia que estar relacionado con lo que ya habías encontrado. Simultáneamente, había muchas otras cosas que pasaban en la escuela, porque los profesores trajeron a la escuela de valparaíso una vitalidad bastante grande por el hecho de que todos ellos venían de Europa, habían viajado mucho, entonces eso abría un montón de caminos para nosotros.

110 - ¿Qué cosas rescataría de lo que observó en Valparaíso? ¿Si Ud. fuera un arquitecto de Santiago, qué cosas se hubiera perdido por no haber conocido esa ciudad?

G.J. - Valparaíso es una ciudad que es completamente inusual, tiene los cerros que son importantes, tiene el mar, tiene estas pendientes…en el fondo es lo que te da la base para irte creando distintas experiencias, porque estas viviendo constantemente en una especie de continuo de experiencias espaciales, en el que el horizonte se convierte como en tu  “datum” de base desde el cual tú miras las cosas hacia arriba o hacia abajo. Están los reflejos, las vistas o el enfoque de esas mismas imágenes, y esa es una riqueza que tiene Valparaíso y que no tiene Santiago, que posiblemente  tenga otras cosas. Ahora, yo no quiero entrar en el detalle, porque lo que pasaba en la cabeza de Godofredo Iommi, Alberto Cruz, Eyquem, Bellalta, Vial y compañía, es un problema netamente personal; probablemente tenían la misma forma de ver que teníamos nosotros, pero nosotros estábamos siguiéndolos en una forma de acercarnos a los problemas, que era una de las cosas interesantes en la escuela.

110 - ¿cómo era esa manera de acercarse a los problemas?

G.J. - Difícil contestarte cómo uno se acerca a los problemas…en la medida   en que uno sale a la ciudad y empieza a recorrerla, montones de imágenes, actos y cosas que están pasando te empiezan a crear una especie de “input”; entonces ahí te vas formando una manera de ver y una manera de sentir con tus ojos, el hecho de caminar, el hecho de medir, etc.  Entonces, es una  arquitectura de una sensualidad bastante fuerte, en el que empiezas a trabajar con tu cuerpo y es él el que te va guiando. Casi no hay una regla establecida, sino que aparecen en la medida que las vas descubriendo, y las puedes romper también.  Porque lo que te rompe toda la poética de tu hacer, es cuando te pones a crear reglas, y las reglas encajonan y no te puedes salir.


Embajada de Francia en Brasilia, Brasill - Guillermo Jullian
fotografía Paloma González Rojas

110 - ¿Los profesores de la UCV (Universidad Católica de Valparaíso) que traían esta innovación en la enseñanza, tenían de referentes a arquitectos o alguna filosofía de arquitectura a la cual apuntaban?

G.J. - Mira, los referentes te los vas creando tú mismo a medida que vas sufriendo estas experiencias.   O sea que no hay nunca un referente de partida, a lo más te sirven como ancla a partir de la cual trabajar. Por eso, la idea de continuidad es importante. Cuando uno ya se pone a trabajar a otro nivel la cosa se pone más compleja, porque puedes empezar a usar referentes que son históricos también. Por ejemplo, si vas a Europa te puedes enamorar de un edificio o  de una manera de hacer y la usas para avanzar.

110 - pasados 8 años de estudio en la UCV ud. sintió que ya estaba listo como arquitecto, que  era demasiado tiempo en la escuela y decide irse a Europa sin haberse titulado. ¿Por qué se va a  Europa, qué había allá que había que ir a ver?

G.J. - Habían dos cosas. Primero, la herencia sanguínea. Mi familia era de origen francés. Entonces uno siempre sueña con lo que no tiene. Entonces se transforma en la zanahoria del burro,  te la quieres comer y avanzas y avanzas sin alcanzarla. La segunda es que después de haber pasado tanto tiempo en la Universidad yo ya me sentía “sobrecargado”, de repente tú tienes que abrirte un poco al mundo; nosotros vivíamos encerrados en el sistema de la escuela, con profesores que estaban  buscando su propio camino, entonces nosotros nos poníamos a seguir su huella, quisiéramos o no. Llega un momento en que dices “ya no puedo sacar más de aquí, a la velocidad que yo quiero ir.” El vaso se llenó, entonces ahora empieza el rebalse, y ahí decidí que me iba, que fue un acto heroico en cierto sentido, porque hice mi proyecto con intención de irme, lo presenté y me mandé cambiar a Europa sin esperar el resultado. Ahora hablan todos de travesía, yo comencé la mía en tiempos en que no se hablaba de eso aún. Lo de Le Corbusier fue un caso paradigmático: ese viaje (a oriente) fue la base de toda su arquitectura.

110 - ¿ese viaje era conocido en esa época?

G.J. - No, pero después uno relaciona, porque la idea de viaje es algo que aparece por otras razones. Ahora acuérdate que viajar en el momento en que yo era joven, era muy distinto al viajar de ahora. Ahora te compras un boleto para ir donde quieres y lo pagas en 24 cuotas, en mi época tuve que inventarme una manera de salir del país: me conseguí boletos gratis para la cabina de un carguero. En el fondo yo mismo me hago las zancadillas: salía de una para entrar a otra. Yo iba con las ganas de trabajar con Le Corbusier porque yo tenía la idea de la importancia de tener un maestro, probablemente por haber leído en años de la escuela una carta del propio Le Corbusier. a su maestro, diciéndole a los 18 años que comenzaba su propia travesía –su viaje a oriente-. Eso se te queda en la cabeza y te llama como las sirenas de Ulises. Después tienes una meta: quiero llegar ahí. Me fui a Europa sin tener todavía el ojo acostumbrado a lo que me podía esperar. Llegué a Europa y tuve la primera sorpresa: tu ojo está acostumbrado a Valparaíso y de repente el mundo se te abre ¡PUM!, y tienes que empezar a recopilar cosas…. Lo primero que hice fue partir a la catedral de Anvers en Bélgica y me pasé un día y medio dibujándola; tiempo después en 5 minutos hice el mismo dibujo, porque el ojo se te empieza a acostumbrar.
Valparaíso me dio lo básico: relación con el horizonte, con los recorridos, la capacidad de captar los actos, las cosas que pasaban. Tú puedes llegar a la arquitectura de dos maneras: o teniendo una concepción clara del espacio, u observando los acontecimientos que tienen lugar en la ciudad, los dos son válidos.

110 - ¿Estando en Europa el método de la UCV era válido o había que inventarse una forma nueva de ver?

G.J. - No hablemos de método, pero la Católica me dio esa libertad de saber ponerme cada vez en un problema distinto y resolverlo de forma diferente. Una especie de gimnasia mental que me permitía adaptarme.

110 - ¿Qué cosas recuerda especialmente de Europa? ¿Cuánto duró ese viaje?

G.J. - Duró 8 meses. Partí por los países  en que era más fácil adaptarme: Holanda, Bélgica, Suiza, Italia, España y finalmente París. En un año pasan cosas,  se te meten cosas en la cabeza, me caía a los hoyos, me tropezaba, todo eso forma parte de la vida del arquitecto. La arquitectura es un mundo mucho más interesante que hacer casas, en el sentido de que hay una poética en la cual tú trabajas.
El maestro te sirve para ponerte delante de los problemas. Pero después de un tiempo tú dejas a tu maestro porque ya se llena el vaso, tratas de avanzar y tienes que recoger el agua del rebalse. Cuando descubres que ya encontraste tu camino, le dices “good bye”, y buscas a otro o eres tú el maestro.  De ahí viene la idea de “bottega”, gente que se juntaba a escuchar al maestro y ahí aprendían el método.


Guillermo Jullian (a la izquierda) junto a Le Corbusier, presentando el proyecto del Hospital de Venecia. fuente: colección Guillermo Jullian

110 - ¿Cuál fue la estrategia para llegar a Le Corbusier?

G.J. - La estrategia fue darme cuenta de que no podía llegar al tiro. No sabía francés, sabia lo justo pa’ decir bon jour o cantar la Marsellesa el 14 de julio…este viaje por Europa me sirvió para eso. Al tiempo que estaba participando de ciertas experiencias. Tenía la idea de trabajar con Le Corbusier, entonces visité todas las cosas de él que estaban a la mano. Antes de llegar a Paris de vuelta, se me ocurre visitar a su mamá. Golpeé la puerta y me salió una viejita que me dice que esta encerrada en la “petit maison”, que el hijo la encerraba porque estaba media loca.  “–yo soy un arquitecto chileno, quiero conocer a Le Corbusier –bueno, si quieren conocer la casa, puede saltar el muro”.  La reja, que empieza a nivel de la calle, baja abruptamente hacia el extremo.  Y el muro empieza a ser cada vez más alto, muro que tiene una escalera que da a una ventanita, para que se asome el perro. Cuando pasabas frente a la casa, el perro de adentro corría junto contigo, subía la escalera y te ladraba desde arriba. Entonces todo eso, muro, perro, escalera y ventana eran parte de un hecho arquitectónico.   A mi ex-señora, le dije: “tú primero”, entonces la empujé y luego oí un grito al otro lado: el desnivel era un poco abrupto; bueno, la cosa es que después pasé yo. Curiosamente llegué en el momento en que la Sra. Jeanneret cumplía 100 años, entonces fue casi milagroso.  Luego de un tiempo le envié una carta a Le Corbusier contándole mi experiencia en Valparaíso. A él le gustó la carta; me mandó decir que no me podía recibir como colaborador, pero iba a pensar en lo que me podía dar en el futuro. Después de cierto tiempo me llamó y me mandó a trabajar con un ingeniero, que hacía los planos de hormigón.
Después, me llamó  y me dice:  « vous etes le petit chilien qui est venu voir ma mère … ». Entonces la mamá no estaba tan loca como parecía pues le había contado que yo había ido. Además sucedió otra cosa: en el momento en que yo llegué Le Corbusier había sacado a sus antiguos colaboradores porque le parecía que ya podían empezar a trabajar por su cuenta.  Por lo tanto trabajé con él, solo, siete meses, haciendo los trabajos que ya estaban en proceso.  El estadio de Bagdad, luego el Palacio del Conocimiento de Chandigarh que nunca se construyó, y luego llegó a la oficina un encargo para un centro de artes visuales en Harvard. Le Corbusier dijo: “te vas a encargar de eso”. Esa fue mi primera experiencia fundamental, que pude seguir desde el principio hasta el final, y yo no había construido nunca.

 

 

 

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